Casa de Sarmiento en El Delta

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viernes, 3 de julio de 2009

Para encontrarse, primero hay que perderse



Son eternas las horas que espero para saber de vos, cómo estás, cómo te sentís. Se nota que no paro de extrañarte. Aún despierto me detengo a pensarte y a soñarte. Y no pasa más de un segundo, que estás en mi cabeza dando vueltas de forma incesante. Ay, decime cómo hago para que me creas, para que sepas que te necesito, que te quiero, y que te extraño a cada segundo. Cómo hacés, para hacerte querer tanto, ¿algún día me lo vas a decir? Quizá ese sea uno de tus enigmas, un misterio que reveló tu magia. Algo que me atrajo de vos, la razón que me enamoró. Tu encanto, tu dulzura, tu forma de ser, tus palabras... . Sí, me gusta. No paro de pensarte. No, no paro. . Si supieras cómo me carcomen estas dulces ansias de verte, de poseerte, de sentirte. No, jamás vas a imaginar qué es lo que causás en mí, todo eso que de forma tan explícita me hacés sentir. Jamás imaginé querer a alguien así, de este modo tan ¿adictivo? -No sé si es esa la palabra, pero es la única acorde que encontré-. Tendría tantas cosas que decirte, que para enumerarlas -sólo enumerarlas- no terminaría más. Sos vos la causante de la inspiración que me motivó a escribir lo que en este momento escribo. Nada menos que vos. Una persona común y corriente -aunque a decir verdad sos muy especial, para ser común y corriente- que a fuerza de dulzura, se gana rápidamente un poco más de mi amor, y un eterno lugar en mi corazón. Una persona que roba mis sueños, que es dueña de cada uno de mis deseos. Una persona, que es sin duda, la causa de mis sonrisas.
Gracias, Por acompañar mis noches oscuras, de soledad, de desvelo. Gracias por ser mi guía en cada una de mis encrucijadas. Gracias por tus palabras tiernas. Y fundamentalmente, gracias por ser quién sos. Por todo eso, te lo dedico... a vos. Sí, a vos.

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